Estoy muy agradecido a los cines de Grancasa
por su iniciativa de volver a proyectar, cada cierto tiempo, películas que
abandonaron las carteleras hace lustros, décadas o incluso medio siglo. Es el
caso de West Side Story, que 52 años
después regresa a la gran pantalla. Había visto este musical anteriormente. A
decir verdad, estaba en mi cabeza bastante fresco. Pero en esta ocasión ni la
emitían por televisión ni me invitaron a una sesión de noche en el ordenador, ¡sino que estaba en el cine!
¿Qué mejor lugar para dejarme envolver por una banda sonora de ensueño mientras
presencio cómo los personajes pelean al ritmo que marca el baile?
Debo decir que el hecho de nacer en 1961
supone en la actualidad un lastre difícilmente salvable para cualquier
película. Así, su avanzada edad sufrió el desprecio de quienes habitualmente me
acompañan al cine, por considerarla antigua, vieja, arcaica y decrépita; en
resumen: un petardo. Por tanto, fue mi padre quien sirvió de escudero en esta
ocasión. Él no la había visto. Se la presenté como una obra maestra, y amenicé
el recorrido en autobús con un improvisado concierto de la banda sonora. Un silbido
tras otro creían edificar las notas de la partitura, pero el gran déficit
musical que presenta mi oído me alertó de que quizá interpretaba una melodía
desconocida.
En fin, West Side
Story. ¿Qué puedo decir? En primer lugar hablemos de la superficie, de la capa exterior:
su trama. En los años cincuenta, dos bandas de jóvenes, los Jets, de origen americano,
y los Sharks, portorriqueños, se disputan el dominio de las calles del West
Side neoyorquino. Por eso, cuando Tony, un Jet, se enamora de María, hermana
del jefe de los Sharks, el romance se revela enseguida muy, muy complicado.
Alguno dirá que le suena la
historia, y que su semejanza con “Romeo y Julieta” es evidente. Nada más lejos
de la realidad. Unos años antes de su producción, Arthur Laurents y Jerome
Robbins adaptaron la tragedia de William Shakespeare al siglo XX en una obra de
Broadway, y Leonard Bernstein creó la melodía. Su éxito fue apabullante. Los
Montesco y Capuleto no son familias sino bandas callejeras, no viven en Verona
sino en Manhattan, y sus rivalidades las dilucidan bailando al ritmo de Bernstein.
Inmediatamente, la Metro adquirió los derechos de la obra, y el propio Jerome
Robbins asumió la dirección del filme junto a Robert Wise. ¿Pero qué papel
representa esta cinta en la historia del cine?
Podemos afirmar que con West Side Story nace el musical moderno.
Atrás quedaron el sentido del humor de Gene Kelly y la química de Fred Astaire
y Gingers Rogers. Se desvanecieron las risas y la alegría, los personajes
entrañables y los mundos de fantasía. West
Side Story, quizá a través de secuencias surrealistas, de acuerdo, narra
una realidad. La historia que relata pertenece a un barrio real, con
sentimientos concretos y naturales. Es una película de odio, de racismo y
xenofobia, de inmigración, alcohol y familias fragmentadas. ¿De desesperanza?
Posiblemente.
En cuanto a las ideas presentes en la película, se aprecian
muchos valores que, posteriormente, emergerán en la revolución de 1968. Ciertas
secuencias anticipan las máximas de la espontaneidad juvenil, de los utópicos
jóvenes que se alzaron contra el conservadurismo soñando con la postmodernidad.
En resumen, valores que, desgraciadamente, han calado de un modo profundo en
nuestra sociedad. Veamos un par de ejemplos:
Una secuencia
brillante, lo admito. El número musical es divertidísimo, con unos personajes
de gran carisma y una melodía imposible de olvidar. ¿Pero de qué hablan estos
jóvenes? A partir del humor, niegan el hecho de que el hombre pueda elegir un
mal. Rechazan la posibilidad de que alguien, a propósito, opte por causar un
daño. De un plumazo dinamitan la libertad del ser humano. Nadie en su sano
juicio dañaría a los demás. Como racionalmente resulta incomprensible que una
persona asesine, robe o cometa una violación, solo lo puede hacer un enfermo. Por
tanto, la culpa siempre es del entorno, de agentes externos al sujeto, de la “sociedad”.
¿Influye en nuestros actos? Desde luego. Pero la educación, la presión y los
modos de vida de nuestros seres queridos tan solo nos condicionan, no nos
determinan. Aquí los Jets parodian una situación. Actualmente, este modo de
pensar está a la orden del día.
Segundo
ejemplo. ¿Solo son consejos para salir airoso a los interrogatorios policiales?
¿O también describen un modo de vida? El relajamiento de las costumbres, la
despreocupación, la apatía, el desinterés…
“Vive y deja morir”, "Decreto el estado de felicidad permanente"…
Las demandas de los estudiantes parisinos se hacen realidad en un musical
hollywoodense ¡7 años antes!
Por
último, presento los cinco primeros minutos de metraje. Un tiempo durante el
cual mi padre se sorprendió (y cansó) mientras que yo disfruté. Son solo cinco
minutos de música, donde la banda sonora entra en escena por primera vez para
no despedirse hasta el final. Como fondo en la pantalla, unas manchas sobre
colores vivos. Uno debe cerrar los ojos y abstraerse, suspirando por cada nota.
Después, todo un fundido de academia, antológico. Nueva York nos saluda. ¿Qué parte
de Nueva York? La estatua de la libertad. La primera imagen que contemplan los
inmigrantes al llegar a la ciudad. Después, la cámara se desplaza de derecha a
izquierda, hacia el Oeste. Hacia el West Side.