lunes, 10 de febrero de 2020

jueves, 30 de enero de 2020

Sobre lo infinito

"Roy Anderson nos transforma en ángeles, invitándonos a contemplar desde el cielo la vida de decenas de personajes. […] desea parar el tiempo, fotografiar un instante, una escena, una conversación, encapsularla y regalárnosla."











Año: 2019
Director: Roy Anderson
Reparto: Martin Serner, Jessica Louthander, Tatiana Delaunay, Anders Hellström, Jan-Eje Ferling, Thore Flygel, Stefan Karlsson
País: Suecia
Duración: 76 min
Género: Drama
Puntuación: **** (Muy buena)







Sinopsis

Inspirada en el cuento de "Las mil y una noches", la celebrada colección de historias de oriente medio y de historia india, la película busca ser una yuxtaposición de las distintas etapas que un ser humano atraviesa en la vida. Desde los momentos más preciosos de la existencia hasta el despertar intelectual que nos lleva a tratar de guardar la vida como un tesoro y a compartirla con aquellos a los que amamos.  [Filmaffinity]

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Análisis

«Sobre lo infinito» es una colección de estampas, una ventana para aproximarse a la vida cotidiana de estos hombres y mujeres. Como meros observadores, desde la distancia, accedemos a sus más íntimos pensamientos, nos hacemos cargos de sus dudas, celebramos sus alegrías y nos duele su sufrimiento. Apenas se repiten un par de personajes y escasean las estampas con una nítida relación entre sí, pero el sentido de la vida y la trascendencia colean por todas ellas. En muchas ocasiones, incidiendo en lo absurdo de muchas situaciones humanas. Roy Anderson nos transforma en ángeles, invitándonos a contemplar desde el cielo la vida de decenas de personajes.

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El director presenta una obra muy personal, que discurre sobre unos raíles pausados, ajenos al presente y a las prisas de este mundo. Desde la primera escena quedamos advertidos. Sus protagonistas nos dan la espalda -cual cuarta pared, observamos de lejos- y entre ellos reina el silencio. Observan el paisaje, están ajenos a nosotros y al mundo, y apenas se desprende un comentario. Anderson desea parar el tiempo, fotografiar un instante, una escena, una conversación, encapsularla y regalárnosla. Nos introduce en un mundo onírico y surrealista, donde caben épocas actuales y pasadas, vestuarios de hoy en día y más arcaicos, pero problemas eternos y universales. Dentistas de hoy, nazis en un búnker, adolescentes bailando junto a un bar, deportados a Siberia. Todo cabe.

La puesta en escena, de esta manera, juega un papel fundamental, muy logrado. Muy diferentes escenarios: restaurantes, vestíbulos de una estación, andenes de tren, carreteras rurales, consultas médicas, salones e iglesias, y en todos ellos el espacio no es baladí, se escoge un ángulo u otro, asfixia o libera a los personajes. Según su estado de ánimo, también se opta por una gama más fría o cálida de colores. Prima el frío, consecuencia de las dudas de fe, de la indiferencia, del duelo. Sorprende desde luego la elección de la cámara fija en todas las escenas. Cada estampa es un único plano, y cuanto recoge la cámara es siempre bajo el mismo encuadre, como esa foto fija inmortalizada e inamovible. Tan solo se desplaza la cámara cuando surcamos el cielo, aproximándose y desvelándonos a los dos amantes que lo surcan contemplando la ciudad. Los personajes, en la mayoría de las estampas, son precisamente el centro del relato. A ellos es a quienes la cámara fija sitúa en medio.

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Por otra parte, entre todas las estampas de Anderson, hay hueco incluso para el humor, y se agradece. Por supuesto, es un humor sutil, muy absurdo en ocasiones, pero que -a modo de un sketch- supone una bocanada de aire fresco e incluso ejerce una correcta crítica social. Sobrevuela la tesis de un cínico egoísmo por culpa del cual nos desentendemos los demás, algo falla como sociedad, son relaciones de mero interés -económico en muchos casos-, despreocupados los unos de los otros. De alguna manera, aun a pesar del dramatismo, se respira cierto optimismo conforme avanza el relato; “¿No es fantástico de todos modos?”, pregunta uno de los personajes. Y aun así, uno puede no quedar satisfecho del todo en los títulos de crédito. Frente a los variopintos temas planteados por Anderson, no se ofrece -ni se quiere ofrecer- respuesta o solución alguna. Uno podría concluir que, aun siendo “fantástico”, efectivamente todo es absurdo y carece de sentido. Frente a ello, solo se propone la belleza, las estampas fotografiadas, los sueños.


domingo, 26 de enero de 2020

La inocencia

"Aun con buenas interpretaciones y un adecuado tratamiento del drama, termina ahogado por el peso sociocultural de lo políticamente correcto"





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Año: 2019
Director: Lucía Alemany
Reparto: Carmen Arrufat, Laia Marull, Sergi López, Joel Bosqued, Sonia Almarcha, Josh Climent, Bogdan Florin Guilescu, Lidia Moreno
País: España
Duración: 92
Género: Drama
Puntuación: ** (Regular)







Sinopsis

Lis es una adolescente que sueña con convertirse en artista de circo y salir de su pueblo, aunque sabe que para conseguirlo tendrá que pelearlo duramente con sus padres. Es verano y Lis se pasa el día jugando en las calles del pueblo con sus amigas y tonteando con su novio, unos años mayor que ella. La falta de intimidad y el chismorreo constante de los vecinos obligan a Lis a llevar esa relación en secreto para que sus padres no se enteren. Pero ese verano idílico llega a su fin y, con el inicio del otoño, Lis descubre que está embarazada.  [Filmaffinity]

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Análisis

Ópera prima de la directora Lucía Alemany, de carácter intimista y personal, de autoría marcada, muy en la línea de títulos como «Verano 1993». El personaje de Alicia es quien lleva todo el peso del relato, asistiendo desde sus quince años al nacimiento a la vida adulta, madurando -se supone-. Merece la pena destacar la interpretación de Carmen Arrufat. Desde luego, el pueblo funciona como escenario del relato. Como un personaje más, a través de sus calles tortuosas y pequeñas, de la cercanía de las casas, de la retahíla de personajes en las ventanas, asfixia, presiona, no deja espacio. Un pueblo donde todo se sabe, con dos caras: lo bien visto y lo que se hace. Es en este escenario, durante las fiestas del verano, donde Alicia vaga buscando un asidero, alguien a quien agarrarse, que la sostenga.

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Está muy logrado el contraste entre las escenas de interior, en su casa, y el exterior. Después de estar expuesta en la calle, de la noche, de lidiar con el alcohol, las drogas y las relaciones tóxicas, observamos a la protagonista -en su cocina- con un aspecto infantil, luminoso, la Alicia que aún es una niña. Una niña que sale a la calle para buscar reconocimiento, para no sentirse sola, para saberse amada y deseada. Porque en su casa no hay afecto, no hay comunicación. Su padre no la escucha ni se interesa por ella, tan solo da órdenes, y a las preguntas de su madre Alicia no quiere responder, “se agobia”. Tampoco se esfuerza mucho en solucionar la situación, pues las pocas veces que inicia una conversación con sus padres es para pedir dinero. Sin duda, los personajes femeninos están bien definidos y cuidados hasta el mínimo detalle. Hay mucha riqueza en las relaciones entre Alicia, su madre, su amiga Sara y Remedios, la madre de esta. Por desgracia, tanto el padre de Alicia como Néstor, su novio, son una mera caricatura. El padre se comporta de manera hostil y autoritaria, tan solo manda y blasfema, mientras que Néstor tan solo la busca para aprovecharse. Los movimientos de cámara, es justo señalarlo, sí reflejan con acierto el rol de cada personaje. Las veces que solo enfoca a Alicia en una conversación con su novio, él en el fondo está ausente, y la lejanía de ella respecto a sus padres a través del largo pasillo de su casa, cada uno en un extremo.

Por otro lado, apena la visión que se ofrece de los adolescentes. Alicia sueña con trabajar en el circo, de acuerdo, pero los personajes no tienen más horizonte en su día a día que el alcohol, la droga y los ligues, conversaciones sobre Instagram y la orientación sexual del vecino, los cotilleos del pueblo y cómo afrontar la regla. En este sentido, es triste no escuchar una sola referencia a qué desean cambiar en su sociedad, cómo se ven dentro de quince años, o intereses artísticos o culturales. Y no vale como excusa argumentar que cuanto se nos muestra es lo habitual en los pueblos españoles, es que no hay un solo personaje haciendo de contrapeso.

Imagen

Por otra parte, la peliaguda cuestión del aborto está tratada con esmero y seriedad, pero el filme no logra esquivar los lugares comunes, no arriesga a fin de ofrecer una solución alternativa. Remedios comenta que Alicia lleva en su seno una criatura, que no debe tomar una decisión a la ligera, que debe afrontar los hechos con responsabilidad, serenamente, y elegir abortar o no abortar con razones de peso, pero, dicho esto, cuanto se presenta ante Alicia es un destino trágico y fatalista, no hay alternativas, no hay otras opciones, está abocada a un único camino. El aborto es un drama, queda bien claro en el filme, acudir a la consulta no es agradable sino doloroso, y se mencionan las consecuencias psicológicas que puede tener para la madre. El problema es que los personajes no pueden -o la directora no quiere- detenerse a contemplar otras vías. La ingenua sugerencia del novio respecto a -al menos- pararse a pensar tener el niño apenas recibe veinte segundos de metraje. Como tampoco se entienden comentarios baratos -sin argumentación alguna- sobre la inexistencia de la culpa, término “inventado por la Iglesia». Cine de autor, en definitiva, que aun con buenas interpretaciones y un adecuado tratamiento del drama, termina ahogado por el peso sociocultural de lo políticamente correcto.


jueves, 23 de enero de 2020

Los consejos de Alice

"Tras una primera media hora realmente buena va dando palos de ciego, sin saber hacia dónde dirigirse. […] El director amaga continuamente pero jamás se lanza a la piscina"











Año: 2019
Director: Nicolas Pariser
Reparto: Fabrice Luchini, Anaïs Demoustier, Nora Hamzawi, Léonie Simaga, Antoine Reinartz, Maud Wyler, Alexandre Steiger, Pascal Rénéric, Thomas Rortais, Thomas Chabrol
País: Francia
Duración: 104
Género: Drama
Puntuación: ** (Regular)







Sinopsis

El alcalde de la ciudad de Lyon (Francia), Paul Théraneau, se encuentra en una posición delicada. Tras pasar 30 años en política se empieza a a quedar sin ideas y siente que sufre una especie de vacío existencial. Para superar esta adversidad, Paul decide contratar a una brillante filósofa, la joven Alice Heinmann. Entre ambos se desarrolla un diálogo en el que sus respectivas personalidades cambian drásticamente su forma de ver y entender el mundo.  [Filmaffinity]

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Análisis

Este drama político es el tercer largometraje del discreto director Nicolar Parisier, que anteriormente había estrenado -sin pena ni gloria- «La Repúblique» y «El gran juego». La premisa es muy oportuna e interesante: juntar a una filósofa como ayudante de un político para influir en las decisiones de gobierno de la ciudad. El marcado contraste entre los dos resulta acertado: ella es una intelectual y él un hombre práctico, ella es inocente y él se ha curtido en la vida, ella tiene tiempo y él anda con prisas. Desde el inicio, nos adentramos por la puerta del ayuntamiento de la mano de Alice, y junto a ella conocemos poco a poco los ritmos políticos, cómo funciona la maquinaria burocrática, la deshumanización de aquel ambiente y la hipocresía de muchos personajes. Enseguida empatizamos con ella. También con el alcalde, quien no parece un cínico, sino un político más influido por su entorno, acostumbrado a cómo funcionan las cosas.

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La primera parte del filme da bastante juego dramático y se siguen con interés las conversaciones entre Alice y Théraneau. A la palestra salen temas jugosos como la modestia y el ego político, la relación con los medios de comunicación, qué contar y no contar, la esencia de una ciudad, su pasado y su futuro, gente a la que contentar, para quiénes se gobierna realmente o la atención a las demandas ciudadanas. De alguna manera, Alice va adoptando un papel político mientras Théraneau va reflexionando cada vez más las cosas. Queda claro que las letras y la reflexión son incompatibles con el actual ritmo y desarrollo de la política. Destaca una escena en la cual piden a Alice que se lea en su despacho un libro denso recién publicado, diciéndole que apenas cuenta con media hora.

Por desgracia, la película no termina por decidir de qué quiere hablarnos, cuál es su tema. Así, tras una primera media hora realmente buena va dando palos de ciego, sin saber hacia dónde dirigirse. Quizá por el deseo de abarcar demasiados frentes no termina de decidir hacia dónde tirar. Da así la sensación de ser una colección de estampas, porque ninguna de las muchas tramas planteadas se desarrolla con solvencia. Alice genera envidias entre sus compañeros de gabinete, pero no hay quien desee expulsarla y no se pasa de los comentarios. Alice recibe un encargo para sacar adelante un proyecto, pero a las dos escenas se suspende y cambia de tarea. El alcalde no intenta ascender en su partido hasta el último tercio del filme. Y esto por no hablar de la vida personal de ambos. Ocasionalmente aparece un antiguo novio de Alice, luego un tipo que le gusta, después la exmujer del alcalde, y ninguno de ellos tiene repercusión alguna en la historia. El director amaga continuamente pero jamás se lanza a la piscina, escoge no desarrollar ninguna de las tramas. De hecho, ¿qué desea Alice en la vida?

Elsmillorscines


En cuanto a la política, si bien resultan interesantes los temas de fondo -la reflexión, atender las demandas ciudadanas, evitar los eufemismos…-, puede parecer muy superficial el planteamiento de la política francesa. Quien habla no es un experto en la actualidad y el juego de partidos en Francia, pero la simplista reducción entre la izquierda y la derecha no enriquece precisamente el contenido. Se habla de una izquierda que ha perdido su identidad por alejarse del pueblo -el alcalde es socialista- frente a una derecha que solo habla de orden y riqueza. Más de lo mismo. En fin, en algunos momentos resulta un filme amable y tierno, incluso con gracia, pero uno sale del cine con la sensación de presenciar una oportunidad fallida, de no haber recibido cuanto anunciaba la premisa, de que no vale la pena dejarse aconsejar por Alice.


domingo, 19 de enero de 2020

1917

"Un espectáculo visual. La radicalidad del filme es su apuesta por rodar el relato en un único plano secuencia [...] un descenso al inframundo de los cadáveres diseminados por los campos de batalla"




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Año: 2019
Director: Sam Mendes
Reparto: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Richard Madden, Benedict Cumberbatch, Colin Firth, Andrew Scott, Daniel Mays
País: Reino Unido
Duración: 119 min
Género: Bélica
Puntuación: **** (Muy buena)







Sinopsis

En lo más crudo de la Primera Guerra Mundial, dos jóvenes soldados británicos, Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) reciben una misión aparentemente imposible. En una carrera contrarreloj, deberán atravesar el territorio enemigo para entregar un mensaje que evitará un mortífero ataque contra cientos de soldados, entre ellos el propio hermano de Blake.  [Filmaffinity]

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Análisis

En «1917», Sam Mendes adapta una historia narrada por el soldado británico Alfred Mendes, su abuelo, acaecida durante la Primera Guerra Mundial. De hecho, a él va dirigida la dedicatoria: “For Lance Corporal Alfred H. Mendes 1st Battalion, King’s Royal Rifle Corps. who told us the stories”. Huelga decir que, de partida, ya tiene un punto de originalidad ambientar una película bélica en la Primera Guerra Mundial -aquella Gran Guerra dejada en un segundo plano-, cuando a la Segunda ya estamos acostumbrados. Todos recordaremos obras como «Senderos de gloria», «El sargento York», «Gallipoli» o «Caballo de batalla». En esta ocasión, la trama no puede ser más sencilla. Durante la guerra de trincheras, dos soldados británicos reciben la misión de abandonar sus posiciones, atravesar la tierra de nadie y alcanzar la zona alemana para avisar a un regimiento británico de que debe suspender su ataque. El hermano de uno de ellos pertenece a ese regimiento.

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«1917» es una oda al valor, a la amistad, a la obediencia, al cumplimiento del deber. Pero por encima de todo, es un espectáculo visual. La radicalidad del filme es su apuesta por rodar el relato en un único plano secuencia, todo un reto. Desde el inicio, llama la atención el continuo movimiento de cámara y tal sensación de realismo. Los dos protagonistas avanzan hacia nosotros y con ellos nos adentramos en la trinchera, y con ellos recorremos la trinchera, y con ellos nos familiarizamos y convivimos con la trinchera. Porque sin ella, la Primera Guerra Mundial no se comprende. Al poco tiempo, los dos soldados se dan la vuelta siguiendo a un superior y nuestro chip se adecúa al ejército, a obedecer órdenes, a ir por detrás como subordinados. Sin cesar el plano secuencia, recorremos la devastada tierra de nadie -los estragos de la guerra-, los búnkeres, la campiña, los ríos, ciudades en llamas, pueblecitos, vastos bosques, y es impresionante observar el andar, correr, saltar y respirar de los soldados, pues no hay cortes en sus acciones, vivimos la guerra en tiempo real. Es esa falta de descanso, de incesante observación, la que nos muestra su miedo y su repulsa del barro, las ratas y los órganos, su coraje y solidaridad. Además, esa variedad de escenarios da lugar a un preciosismo fotográfico admirable, recreándose el filme en la suciedad marrón e insensible del campo de batalla, en los cielos azul oscuro incendiados por los bombardeos, en el contraste de la hierba de la campiña con el gris de los aviones.

No obstante, si bien es cierto que el principal atractivo del filme es su recreación de la guerra y su destacada fotografía, la trama puede adolecer de imaginación en determinados momentos. El prolongado plano secuencia da lugar a varios momentos de relleno, donde no sucede nada, en los que esperamos impacientes la aparición de algún personaje o la llegada a un lugar. En este sentido, quizá esté más conseguida la primera parte del filme que la segunda. Aunque hay momentos de suspense, adentrarnos tantas veces en tiempo real con los soldados en una casa buscando tropas enemigas o esquivando balas por la calle puede resultar monótono, más similar a una experiencia de videojuego que a un ejercicio cinematográfico. También presenta inicialmente la película varias conversaciones de interés, que no han sabido explotarse suficientemente y son absorbidas por las escenas bélicas. De alguna manera, quizá muchos de los puntos anteriores se resuman en la falta de un conflicto más consistente, en la necesidad de más obstáculos exteriores -e interiores- que impidan a los protagonistas alcanzar su objetivo, pues transcurridos los primeros minutos de trama parecen autómatas a quienes se ha apretado el play y avanzan y avanzan hacia la zona alemana.

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Aun con todo, es una buena película bélica. Un desfile de imágenes, de acción sin respiración, de disparos, aviones cayéndose, empujones en las trincheras, sprints hacia adelante y un descenso al inframundo de los cadáveres diseminados por los campos de batalla. Una pesadilla que se inicia cuando el cabo Schofield se despierta de su siesta junto a un árbol. Cuando se incorpore y acepte la misión junto a Blake, nosotros les acompañaremos.


sábado, 18 de enero de 2020

JOJO RABBIT

"Una película valiente, que sabe dar un giro de tuerca a las páginas más sensibles y dolorosas de la Historia, poniendo el dedo en la llaga […] pero no se desarrolla con la precisión necesaria"




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Año: 2019
Director: Taika Waititi
Reparto: Roman Griffin Davis, Scarlett Johansson, Thomasin McKenzie, Taika Waititi, Sam Rockwell, Rebel Wilson
País: PAÍS
Duración: 108 min
Género: Comedia
Puntuación: *** (Buena)







Sinopsis

Jojo "Rabbit" Betzler (Roman Griffin Davis) es un solitario niño alemán perteneciente a las Juventudes Hitlerianas que ve su mundo puesto patas arriba cuando descubre que su joven madre Rosie (Scarlett Johansson) esconde en su ático a una niña judía (Thomasin McKenzie). Con la única ayuda de su mejor amigo imaginario, un niño un poco idiota, Jojo deberá enfrentarse a su ciego nacionalismo..  [Filmaffinity]

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Análisis

Pocas veces la parodia y el humor nos habían obsequiado con lecciones de vida tan magistrales en el cine. «Jojo Rabit» sabe muy bien qué quiere contarnos y de qué manera, es consciente de los riesgos y las dificultades de abordar -¿¡desde el humor?!- cuestiones tan peliagudas como el nazismo y el Holocausto, pero no se achica. Una película valiente, que sabe dar un giro de tuerca a las páginas sensibles y dolorosas de la Historia, poniendo el dedo en la llaga. Podría decirse que guarda alguna similitud con «La vida es bella», que aun siendo una obra maestra fue criticada desde algunos círculos por sugerir que banalizaba el Holocausto. Nada más lejos de la realidad, y en la película que nos incumbe tampoco.

DeCine21


Desde una mirada subjetiva, desde los ojos de Jojo -los movimientos de cámara, los encuadres, los colores- observamos cómo es una ciudad alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Una ciudad en la que, como es lógico, ser nazi está de moda. Sin pararse a reflexionar, con poca formación, sin un adecuado juicio de cómo afectan las decisiones de Hitler a la sociedad, ¿quién no se sentía fascinado por el ardor patriótico, las banderas, los uniformes, la Wehrmacht, la retórica del líder y los desfiles? Tal es el caso de Jojo, un niño de diez años embelesado ante un idílico III Reich. Por otra parte, a través de esa mirada subjetiva, sorprende la atemporalidad en la que el director ha querido situar su relato. Los anacronismos al son de las canciones de Los Beatles, David Bowie o Badfinger dan lugar a escenas de un soberbio preciosismo estético, así como los dibujos fruto de la fantasía.

Y siendo como es Jojo un niño de diez años, no puede observar la realidad desde la racionalidad y la sensatez. Por ello, tampoco el filme. Se suceden así el absurdo, la caricatura, los gags y los sinsentidos, mientras nuestro pequeño protagonista charla con Hitler, quien reside en su cabeza cual amigo imaginario y repasa con él los pros y contras de cada situación, los aparentes fracasos y las dificultades éticas. Conversaciones que, por desgracia, pueden llegar a resultar cansinas y repetitivas. Quizá no termine de tomarse la medida de un adecuado contrapeso para evitar la falta de ritmo o el cansancio de los gags. Es un acierto la mezcla de géneros al sucederse también escenas de suspense e incluso de dolor, pero no se desarrolla con la precisión necesaria.

DeCine21


Junto a Jojo, Taika Waititi ha sabido crear unos personajes entrañables. Una correcta Scarlett Johansson cumple en su papel de madre, y, sin lugar a dudas, Thomasin McKenzie borda su interpretación de la joven judía. A través de las conversaciones de Jojo y con las dos, descubre que a pesar de la guerra y de la barbarie, aún queda hueco en el mundo para la literatura, la caridad y el amor. Para bailar. Quizá también un canto a la feminidad. Frente a la -masculina- Wehrmacht y a la Gestapo, son las dos mujeres que conoce Jojo quienes preservan la humanidad desterrada por la guerra. Entre el elenco de secundarios, derrochan carcajadas los demás nazis a quienes se ridiculiza no con mala uva, sino con buen corazón. Los oficiales del ejército, la responsable de la juventud femenina, su tierno amigo Yorki… Incluso habrá quien se redima. La pena es que se podría haber sacado más partido, posiblemente, a alguno de estos secundarios, que aun a pesar de la caricatura piden a gritos un poco más de profundidad. Con todo, una atrevida -y exitosa- parodia del nazismo, no con el ánimo inútil de desprestigiar -ya viene dado- sino con el propósito constructivo de celebrar la vida.


martes, 14 de enero de 2020

EL FARO

"Un escenario agobiante y perturbador, que no termina de explotar [...] A la media hora de cinta no hay hilo narrativo que valga, es predecible, incoherente y pesado. Una pena."




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Año: 2019
Director: Robert Eggers
Reparto: Willem Dafoe, Robert Pattinson
País: Estados Unidos | Canadá
Duración: 110 min
Género: Terror
Puntuación: ** (Regular)







Sinopsis

Una remota y misteriosa isla de Nueva Inglaterra en la década de 1890. El veterano farero Thomas Wake (Willem Dafoe) y su joven ayudante Ephraim Winslow (Robert Pattinson) deberán convivir durante cuatro semanas. Su objetivo será mantener el faro en buenas condiciones hasta que llegue el relevo que les permita volver a tierra. Pero las cosas se complican cuando surjan conflictos por jerarquías de poder entre ambos.  [Filmaffinity]

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Análisis

Excelente premisa la del joven director Robert Eggers, quien anteriormente solo contaba con una película en su haber, también de terror: «La bruja». Él mismo firma el guion junto a su hermano Max Eggers. Desgraciadamente, no han sabido sacarle todo el partido posible a una premisa excepcional. El escenario de un faro solitario, la isla rocosa, la tempestad, las gaviotas, los secretos, el misterioso pasado de ambos protagonistas… son alicientes que cimentan desde el arranque un escenario agobiante y perturbador, que no termina de explotar. El viejo farero Thomas Wake recibe a un joven ayudante, Ephraim Winslow, y la convivencia entre los dos termina por degenerar desencadenando lo peor de ambos. Planteada la trama, el guion no sabe hacia dónde discurrir. Una tras otra se suceden situaciones absurdas, oníricas, propias de la locura, de la histeria, del olvido, del alcohol, que sí, por supuesto que son propios del género de terror, pero sin un catalizador, sin un nexo común, produciendo una sensación de ralentí por la cual parece no avanzar la trama.

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Destaca la puesta en escena, convirtiéndose el faro en un personaje más. El faro es su casa, su trabajo, su prisión, e impone durante el silencio propio de la calma y también durante la tempestad, durante los contrapicados que reflejan su magnificencia y su poder. El faro son sus escaleras y su luz, su carbón y sus piedras. El faro esconde secretos y sabe todo sobre sus protagonistas. Posiblemente las interpretaciones de ambos sean lo mejor de la cinta. William Dafoe está soberbio como viejo lobo de mar, cojeando, brindando, cantando al océano y dando órdenes a su subordinado; del mismo modo, el joven Robert Pattinson actúa muy bien como el callado asalariado que huye de su pasado.

La película está acertadamente filmada en una proporción de 1.19:1, lo cual imprime aún mayor sensación de incomodidad. Junto a ello, la fotografía en blanco y negro -nominada al óscar- transmite esa sensación de postal lejana, inquietante, otorgando frialdad y deshumanización al relato. Un relato, además, acompañado por la potente partitura de Mark Korven, acentuando los sobrecogedores paisajes del faro sobre la isla.

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En resumen, un relato desaprovechado. Merece la pena observar el prominente faro sobre las rocas y cómo vuelan las gaviotas a su alrededor, mientras William Dafoe cojea en dirección a vigilar la luz y Pattinson da lustre a la maquinaria. A la media hora de cinta no hay hilo narrativo que valga, es predecible, incoherente y pesado. Una pena.


jueves, 9 de enero de 2020

RICHARD JEWELL

"Hay fuerza en sus diálogos y en sus imágenes, hay mensaje, y hay crítica inteligente […] Un filme emotivo, inmerso en preguntas de calado sobre la ingenuidad y la irracionalidad, sobre el egoísmo y el altruismo"





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Año: 2019
Director: Clint Eastwood
Reparto: Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Kathy Bates, Jon Hamm, Olivia Wilde, Wayne Duvall, Dexter Tillis, Desmond Phillips, Nina Arianda, Ian Gomez
País: Estados Unidos
Duración: 131 min
Género: Drama
Puntuación: **** (Muy buena)







Sinopsis

Richard Jewell era un guardia de seguridad en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, el cual descubrió una mochila con explosivos en su interior y evitó un número mayor de víctimas al ayudar a evacuar el área poco antes de que se produjera el estallido. En un principio se le presentó como un héroe cuya intervención salvó vidas, pero posteriormente Jewell pasó a ser considerado el sospechoso número uno y fue investigado como presunto culpable.  [Filmaffinity]

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Análisis

¿Es lo mismo ser bueno que ser tonto? Realmente es una de las preguntas -si no la principal- que sobrevuela el último largometraje de Clint Eastwood. Richard Jewell, el guardia de seguridad que alertó de una bomba en los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, se convirtió repentinamente en el principal sospechoso, padeciendo la investigación del FBI y la presión ciudadana y de los medios de comunicación durante meses. Richard es un buenazo, un pedazo de pan, un tipo simpático, simplón, ingenuo e inocente. No piensa mal de los demás, no ve dobles sentidos, cree a la gente cuando le habla y es incapaz de descubrir malas intenciones en quienes le rodean, se presta a todo. Eastwood ha dado con un personaje increíble, que da muchísimo juego dramático. Tanto es así que el espectador puede acabar hartándose de Richard, de su ingenuidad y de sus buenas maneras, ¿por qué no responde mal? ¿Por qué no se defiende? ¿Hasta cuándo debe uno poner la otra mejilla?

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Richard Jewell vuelve a ser un héroe de la calle, una persona normal y corriente que estaba donde tenía que estar en el momento preciso, únicamente cumpliendo con su deber -como él mismo dijo-. Un héroe de los que últimamente encandilan a Clint Eastwood, como ya lo hicieron los protagonistas de «El francotirador», «15:17 Tren a París» y «Sully». Eastwood no escatima tiempo en definir sus personajes. En el arranque se fragua la futura amistad entre Richard y su abogado, Watson Bryant. Él es un prepotente, un cínico, un lobo habituado a competir en una sociedad de lobos, por ello no entiende a Richard; por ello este le cautiva, por ello le apreciará. Ambos forman un gran tándem cinematográfico. De hecho, la trama agradece que Richard pase a un segundo plano a la hora de metraje para dar más protagonismo a su abogado, tan diferente de personalidad y capaz de gritar y exigir a sus enemigos.

Frente a la complejidad de desarrollar un guion con personajes reales, Eastwood sale bien parado apoyándose correctamente en los medios a su alcance para dar verosimilitud: los vídeos de Atlanta 96, las portadas de los periódicos y las entrevistas a estas personas emitidas en TV. Los hechos históricos se respetan, y cuanto desconocemos de los hechos es recreado de manera magistral, aquellos diálogos referentes a la investigación, las pruebas y lo referente al carácter de los personajes. Por supuesto, debemos hacer referencia a la polémica que acompañó el estreno de la película en EEUU, puesto que el director fue tildado de machista por sugerir -en una escena del filme- que si una periodista obtuvo cierta información fue por acostarse con un agente del FBI. El director imprime un ritmo ágil cuanto toca y sabe pausar la acción, apunta con la cámara hábilmente y juega con la luz y con las sombras para retratar a los personajes.

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Podrán gustar más o menos sus historias, pero Clint Eastwood, afortunadamente, presume de no filmar relatos neutros, beatos o imparciales. Hay fuerza en sus diálogos y en sus imágenes, hay mensaje, y hay crítica inteligente. Y precisamente cuando critica no se corta un pelo. Políticos buscando chivos expiatorios, fuerzas del orden más preocupadas de su propia protección, periodistas únicamente pendientes de tiradas altas y de la fama… ese es el universo en el que se mueve -y flaquea- el inocente Richard Jewell. No obstante, si bien es legítimo cargar las tintas contra los malos y limpiar el nombre del protagonista, el director peca de un excesivo emotivismo al final de la trama -ya sucedía con «Mula» algo parecido-, perdiendo un poco de ritmo y ralentizando la trama entre abrazo tras lloro y lloro tras abrazo. Por ello, sus 130 minutos de duración también resultan excesivos. Errores menores para un filme emotivo, inmerso en preguntas de calado sobre la ingenuidad y la irracionalidad, sobre el egoísmo y el altruismo. Como remarcó el director, Richard merecía este homenaje.


martes, 7 de enero de 2020

LOS DOS PAPAS

"A pesar de los esfuerzos por tratar temas tan peliagudos con sus matices, el filme no escapa de los tópicos en la presentación de los personajes [...] Cualquiera que conozca el carácter de los dos papas renegará de semejante presentación."



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Año: 2019
Director: Fernando Meireles
Reparto: Jonathan Pryce, Anthony Hopkins, Juan Minujín, Cristina Banegas, Sidney Cole, Luis Gnecco, Federico Torre
País: Reino Unido
Duración: 126 min
Género: Drama
Puntuación: ** (Regular)







Sinopsis

Frustrado por el rumbo que está tomando la iglesia, el cardenal Bergoglio (Jonathan Pryce) solicita en 2012 el permiso del Papa Benedicto (Anthony Hopkins) para retirarse. Sin embargo, ante tal escándalo el Papa Benedicto convoca a su crítico más feroz y futuro sucesor en Roma para revelar un secreto que sacudiría los cimientos de la iglesia católica. Tras los muros del Vaticano, comienza una lucha entre la tradición y el progreso, la culpa y el perdón entre dos hombres muy diferentes que confrontan su pasado para encontrar un terreno común en el que forjar un futuro para los millones de fieles católicos de todo el mundo.  [Fotogramas]

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Análisis

Ambiciosa producción de Netflix, no tanto por el presupuesto o por buscar masas de espectadores, sino por el curioso planteamiento de su premisa y el riesgo de combatir el peso de los diálogos y las ideas. El tema es serio: la actualidad de la Iglesia católica. En torno a sus desafíos gravita toda la trama. La película de Meirelles es un ejercicio de preguntar y preguntar, de buscar el entendimiento entre diferentes posturas dentro del catolicismo, de superar los simplismos, los tópicos y los prejuicios. ¿Lo consigue? Al menos en parte. Desde el inicio del filme, se nos advierte que el relato es ficticio, una excusa para abordar asuntos como la corrupción de la banca vaticana, la pederastia, el «matrimonio» homosexual, el divorcio, la Tradición de la Iglesia y su afinidad o distanciamiento respecto a la sociedad.
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Así, tras la muerte de Juan Pablo II un nuevo cónclave debe elegir a su sucesor, y dos son los principales candidatos: el alemán Ratzinger, eminente teólogo defensor de la Tradición, y el argentino Bergoglio, pastor sobradamente conocido y favorable a una apertura de la Iglesia. El elegido es Ratzinger, quien tras varios años de pontificado llama a su lado a Bergoglio para dialogar con tranquilidad sobre la actualidad de la Iglesia. Esa conversación entre ambos es el pivote de todo el filme. Como hemos señalado, sin duda se agradece la valentía del director por sacar estos temas a la palestra. La conversación es sincera, se admiten matices y grises, el espectador se siente interpelado y observa la dificultad de la situación. A la vez, se habla de Dios, y no es un hecho baladí. Meirelles no presenta una Iglesia similar a una institución humana, con gobernantes, leyes y modos de funcionar, sino que los dos papas hablan de su oración, de la confesión y de la mano de Dios para guiar a su Iglesia.

Hay también cierta evolución en los personajes y la frialdad inicial da lugar a un clima de confianza, por lo cual se nos muestran dos papas completamente humanos, con sus virtudes y defectos, sus miedos, sus cargas y responsabilidad. Precisamente es cuando se muestra esa humanidad cuando observamos las mejores escenas de la película, contemplando a los papas en sus momentos de intimidad, comiendo o disfrutando de un partido de fútbol, tocando el piano, descansando después de cenar o hablando por teléfono. No obstante, a pesar de los esfuerzos por tratar temas tan peliagudos con sus matices, el filme no escapa de los tópicos en la presentación de los personajes. Aunque se humanice a los dos, es clara la contraposición entre un Bergoglio supuestamente progresista, agradable, popular, aperturista y conectado con la sociedad de su tiempo frente a un Ratzinger reaccionario, frío y encerrado en su torre de marfil. Cualquiera que conozca el carácter de los dos papas renegará de semejante presentación, puesto que -aun a pesar de gestos diferentes en cada pontificado- la doctrina no difiere entre uno y otro.

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Como consecuencia de esta tópica dicotomía se desprende un mayor protagonismo de Bergoglio. Hay flashbacks para relatarnos cómo descubrió su vocación y cómo se comportó durante la represión en la Argentina de los años 70, en un afán de entender porqué actuó así el personaje -y se agradece-. Pero no recibe el mismo trato Ratzinger, pues desconocemos los aspectos de su vida pasada. Frente a la fallida construcción de ambos personajes, sin embargo, no cabe el ensañamiento ni la mala uva, nada más lejos. Además es de destacar las actuaciones de Anthony Hopkins y de Jonathan Pryce, quienes realmente se asemejan a los dos pontífices y les transmiten una sincera naturalidad. El filme de Meirelles es sincero, y se agradece. Para el católico formado o aquel conocedor en profundidad de la realidad de la Iglesia, una cinta recomendable. Para quien conozca la realidad de la Iglesia por cuatro titulares de periódicos y espere comprender a ambos personajes mediante el filme, absténgase: se entretendrá y poco más.


lunes, 6 de enero de 2020

PARÁSITOS

"Esta tragicomedia [...] es una crítica mordaz al egoísmo, a la ambición insolidaria y al aburguesamiento. [...] Posiblemente no será un clásico. Sí debería ser un visionado obligatorio en estos tiempos."


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Año: 2019
Director: Bong Joon-ho
Reparto: Song Kang-ho, Lee Seon-gyun, Jang Hye-jin, Cho Yeo-jeong, Choi Woo-sik, Park So-dam, Park Seo-joon
País: Corea del Sur
Duración: 132 min
Género: Tragicomedia
Puntuación: ***** (Excelente)







Sinopsis

Tanto Gi Taek (Song Kang-ho) como su familia están sin trabajo. Cuando su hijo mayor, Gi Woo (Choi Woo-sik), empieza a dar clases particulares en casa de Park (Lee Seon-gyun), las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan una interrelación de resultados imprevisibles.  [Filmaffinity]

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Análisis

Magistral, concienzudamente hilada. Nada chirría. Difícil de clasificar, y a la vez coherente y sin estridencias, nada desentona. Hay momentos cómicos, dramáticos, de suspense, ¿miedo?, de lloro e incluso de estupor frente al absurdo. Esta tragicomedia, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, es una crítica mordaz al egoísmo, a la ambición insolidaria y al aburguesamiento. A primera vista, nadie tildaría su arranque de prometedor: en una familia en paro, el hijo consigue un puesto como profesor de clases particulares de una familia adinerada. Conforme van sucediéndose las escenas, uno no sabe hacia dónde puede dirigirse la historia, dónde puede aparecer un verdadero conflicto, qué metas tienen los personajes. Y sin embargo, nos dejamos llevar. De una manera realmente verosímil, el director teje un relato hilarante, que poco a poco desemboca en un punto entre lo angustioso y surrealista, mientras el espectador -sin verlo venir- asiste impertérrito al devenir de la familia protagonista.

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La presentación de los personajes puede presentar muchas similitudes con «El tragaluz», la obra de teatro de Buero Vallejo. A fin de cuentas, es en un tragaluz donde viven. Frente a la crisis económica y tras los continuos fracasos empresariales del padre, solo les queda dicho lugar como opción de vivienda, mientras sobreviven a base de trabajillos insustanciales. La oportunidad de su hijo para dar clases particulares pondrá a prueba su ética, sus deseos de ascenso social, la fina línea entre generosidad y mezquindad. Su relación con la familia adinerada también dará lugar a reflexiones sobre las clases sociales. Es por ello que resulte sencillo empatizar con los protagonistas, comprenderlos, alegrarnos y sufrir con ellos, no hay tiempo para juzgar sus acciones ni hipotetizar qué haríamos nosotros.

El filme, por otra parte, puede dividirse en dos mitades bien diferenciadas. Desde luego, sus 130 minutos pasan volando, mas debemos señalar que se distingue con claridad la escena divisoria. Antes y después la realidad de los personajes es distinta, cambian las percepciones, el tratamiento de la película, el tono y nuestras emociones. Y se agradece, sin estridencias, sin sobresaltos. En la obra de Bong Joon-ho abundan las convenciones cinematográficas, y no resultan topicazos. Hay crítica sin ensañarse, familia sin sentimentalismo y suspense sin complicar la trama. Todo cabe, nada suena a ya visto y la familia de Gi Taek permanecerá en nuestra memoria eternamente.

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Además, junto a la reflexión en torno a las pillerías y embaucamientos propios de las crisis económicas, el filme también expone la imposibilidad de que todos los planes salgan adelante y de que todo se cumpla al dedillo. Los fracasos, el aceptar cuanto viene, el vivir al día a día son realidades vividas por los personajes. Unos personajes desenvueltos por un espacio mínimo, sin alardes, ya familiar para nosotros, capaz de lo mejor y de lo peor. El tragaluz y la mansión de Park, la distancia entre ambas, la distancia entre las familias. Posiblemente «Parásitos» no será un clásico. Sí debería ser un visionado obligatorio en estos tiempos.

domingo, 5 de enero de 2020

EL OFICIAL Y EL ESPÍA

"Si algo debemos reconocer a la obra de Polanski es su meticulosidad y detallismo en la investigación […] sin avasallar ni recalentar el cerebro queda nítida la idea de sacar a la luz la verdad por encima de intereses partidistas y políticos"




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Año: 2019
Director: Roman Polanski
Reparto: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois, Hervé Pierre, Wladimir Yordanoff, Didier Sandre, Melvil Poupaud
País: Francia
Duración: 126 min
Género: Drama
Puntuación: *** (Buena)












Sinopsis

En 1894, el capitán francés Alfred Dreyfus, un joven oficial judío, es acusado de traición por espiar para Alemania y condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa. Entre los testigos que hicieron posible esta humillación se encuentra el coronel Georges Picquart, encargado de liderar la unidad de contrainteligencia que descubrió al espía. Pero cuando Picquart se entera de que se siguen pasando secretos militares a los alemanes, se adentrará en un peligroso laberinto de mentiras y corrupción, poniendo en peligro su honor y su vida.  [Filmaffinity]

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Análisis

Destacado regreso de Roman Polanski a las pantallas de cine, a través de un correcto drama histórico con tintes político-judiciales. Realmente, hacia bastante tiempo que no generaba tanta expectación una película de Polanski, puesto que tras las aclamadas «El escritor» (2010) y «Un Dios salvaje» (2011), sus últimos filmes habían pasado sin pena ni gloria por la cartelera («La Venus de las Pieles» y «Basada en hechos reales»), encumbradas por un estruendoso silencio de crítica y público, más pendientes de las acusaciones sexuales que envolvían al director. Ahora, Polanski desea viajar hasta 1894 para narrar una historia muy de actualidad que obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia.

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El affaire Dreyffus ya había sido tratado en el cine en anteriores ocasiones. Ahí tenemos «La vida de Émile Zola» (1937), «Yo acuso» (1958) o «Prisioneros del honor» (1991). En esta ocasión, Polanski apuesta por un nuevo enfoque y un desarrollo de los acontecimientos más detallista. Un arranque frío, cargante y deshumanizado nos muestra al capitán Dreyfus ya condenado. El hasta entonces despreocupado oficial Picquart, andando y desandando los pasillos de la cúpula del ejército, investigará -sin pretenderlo- la verdad que los mandos militares pretenden esconder. Por tanto, Dreyfus ya está perdido desde el inicio del film. Será a través de continuos flashbacks como nos enteremos de la acusación y del primer juicio contra Dreyfus. Tales vueltas al pasado de continuo se siguen con sencillez y no molestan, al menos.

Si algo debemos reconocer a la obra de Polanski es su meticulosidad y detallismo en la investigación. El esfuerzo de recreación histórica no solo se advierte en lo evidente: los escenarios, el lenguaje, el vestuario y la cronología, sino en el funcionamiento de la oficina de información (o desinformación), en el papeleo, en los peritos, la grafología y, por supuesto, el juicio. Todo ello no solo está acorde con la década de 1890, sino inserto en la trama de una manera tan escrupulosa que resulta natural el avance de los acontecimientos. Así, mediante un ritmo pausado y sosegado, sin sobresaltos, se nos descubren verosímiles los hallazgos en la investigación y nos dejamos guiar con fe ciega de la mano de Polanski por el sendero de fétida corrupción que recorre Picquart.

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Sin embargo, esa naturalidad y ese ritmo proporcionado del que hacía gala Polanski se trastoca, inexplicablemente, hacia el tercer acto. No se entiende semejante ruptura en la resolución del conflicto, echando por tierra los peldaños concienzudamente construidos anteriormente para ofrecer como final un deux ex machina antinatural y facilón. Por otra parte, el excesivo protagonismo de Picquart puede resultar desproporcionado. Ocasionalmente aparecen Dreyfus o Émile Zola, incapaces de encumbrar al oficial protagonista. Quizá si se hubiera ahondado en la amistad con Zola o en la fría relación con Dreyfus se hubiese logrado un contrapeso necesario. Dicho esto, realmente merece la pena ver «El oficial y el espía» por los temas de fondo: la verdad, el honor y la justicia. Y aunque no se sabe muy bien si Polanski habla de sí mismo o si toda referencia es hacia el capitán Dreyfus, pero sin avasallar ni recalentar el cerebro queda nítida la idea de sacar a la luz la verdad por encima de intereses partidistas y políticos.