En
cierto artículo comenté que el cine no es un arte
neutro e inocuo, pues cada uno de sus planos es capaz de transmitir una serie
de valores, ideas y creencias. Es capaz de influir en la mentalidad del
espectador, incluso de un modo pasivo e inconsciente. Es capaz de confundir a
la sociedad.
De
esta realidad, hallamos un ejemplo muy concreto en la película “Indiana Jones y
la última cruzada” (Steven Spielberg, 1989) cuya secuencia final es el
paradigma de los guiones del cine moderno: ostentosa ambientación, brillantes
interpretaciones, un suspense de infarto y una colección garrafal de errores
históricos y disparates. En el caso que nos ocupa, relativos al Santo Grial.
Como cinéfilo, ruego que quienes no hayan visto el film en cuestión se
abstengan de visionar la secuencia final, pues sacarla de contexto tan solo
desluciría el efecto de sus imágenes. Como historiador, deseo que atiendan a la
secuencia cuanto antes con objeto de difundir la verdad relativa a estos
hechos.
Después
de recorrer media Europa, escapar de los nazis, deambular por el desierto y
adentrarse en el templo que alberga el Cáliz de la Última Cena, el doctor Jones
debe descubrir cuál es el auténtico Cáliz de los muchos que decoran la estancia
en donde se encuentra. El protagonista se decide por uno sencillo, sobrio y
humilde, de madera. “Esa es la copa de un carpintero”, comenta en el instante
previo a seleccionar tan codiciado objeto. Pero, ¿verdaderamente es aquella la
copa que empleó Jesucristo durante la última cena? ¿Es lógica la relación de
que por ser carpintero emplearía un cáliz de madera? La respuesta es no,
categóricamente, y hay datos suficientes para argumentarlo. Por otro lado,
resulta obvio que Jesucristo tampoco se serviría de un cáliz litúrgico similar
a los que componen las celebraciones eucarísticas de la actualidad. Entonces
¿cómo sería el Santo Grial?
Ni
más ni menos que la típica copa usada para la celebración pascual judía. Una
celebración que contaba con una serie de tradiciones, ritos y reglas
perfectamente definidos. Así, la copa debía estar hecha de un material puro y
purificable tras su uso, por lo que es frecuente encontrar en excavaciones
arqueológicas vajillas hebreas de piedra, el material más idóneo. De
hecho, el Evangelio de San Lucas deja patente la costumbre de purificar las
copas:
Mientras
hablaba, un fariseo le rogó que fuera a comer con él; entrando, pues, se puso a
la mesa. Pero el fariseo se quedó admirado viendo que había omitido las abluciones
antes de comer. Pero el Señor le dijo: "¡Bien! Vosotros, los fariseos,
purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de
rapiña y maldad.” (Lucas 11, 37-39)
Los
judíos tenían (y tienen) unas estrictas normas de pureza, y por este motivo
había algunos materiales que estaban prohibidos. Más aún en una celebración tan
trascendental como la Pascua, cuando la pureza ritual cobraba todavía mayor
importancia. Así, ni en la actualidad ni en la antigüedad han usado los israelitas
copas de madera, puesto que al tratarse de un material poroso, serían
impurificables. Es absurdo además que Jesús, quien abandonó el taller y llevaba
varios años predicando por toda región, hubiese cargado de un lado para otro
con la supuesta copa realizada por él cuando era carpintero hasta que llegase
el momento de celebrar la Pascua. Por otro lado, tampoco hubiese empleado
una copa de metal (aun siendo un material noble) porque según su
mentalidad el metal quedaba impuro tras el uso que se le hubiera dado. El
episodio de las bodas de Caná narrado por San Juan también evidencia el uso de
la piedra como material:
Tres
días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba allí. También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos.
Sucedió que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino.
Entonces la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino.» Jesús le respondió:
«Mujer, a ti y a Mí ¿qué? Aún no ha llegado mi hora.» Pero su madre dijo
a los sirvientes: «Hagan lo que El les diga.» Había allí seis recipientes de
piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros
de capacidad cada uno. (Juan 2, 1-11)
Así,
si admitimos que el Cáliz fuese de piedra, ¿qué características tendría? A modo
de tazón sin asas, habría sido tallado en un ágata o cornalina oriental. Un
vaso de tipo “murrino” (pulido con mirra) procedente de un taller oriental
helenístico-romano.
La
parte superior del Santo Cáliz localizado en la Catedral de Valencia cumple
perfectamente con esta serie de características, y no es descabellado pensar
que pudiese tratarse del auténtico. Sin embargo, no es aquí mi propósito
demostrar la legitimidad del Santo Cáliz de Valencia, sino tan solo
desmitificar la propuesta presentada por Spielberg. Porque resulta
incomprensible que “El rey Midas de Hollywood” cometiese inconscientemente un
fallo de tal calibre, puesto que él mismo es judío. ¿Entonces? ¿Cuáles eran sus
intenciones? ¿Pretendía confundir a propósito a la sociedad? ¿Constituye un
ataque contra la Iglesia Católica?
Me
niego a creer una realidad semejante, en base al contenido presente en su
filmografía y por el cariño con que trata, en general, a la Iglesia y a los
personajes creyentes en sus películas. Lo más probable es que el director
tratase de resaltar, un poco demagógicamente, la supuesta pobreza y sencillez
del Maestro frente a la opulencia posterior de la Iglesia. Opino que se trata
de un toque de atención a la curia romana, una exhortación por regresar a la austeridad
de la Iglesia primitiva. Sin darse cuenta, quizá, de que con ello barría una
verdad histórica.
Fuentes:
Líntemun
(Revista del Centro Español de Sindonología), número 44, enero-julio 2008,
páginas 6-11.
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