domingo, 17 de agosto de 2014

Steven Spielberg y el supuesto cáliz de un carpintero

En cierto artículo comenté que el cine no es un arte neutro e inocuo, pues cada uno de sus planos es capaz de transmitir una serie de valores, ideas y creencias. Es capaz de influir en la mentalidad del espectador, incluso de un modo pasivo e inconsciente. Es capaz de confundir a la sociedad.

De esta realidad, hallamos un ejemplo muy concreto en la película “Indiana Jones y la última cruzada” (Steven Spielberg, 1989) cuya secuencia final es el paradigma de los guiones del cine moderno: ostentosa ambientación, brillantes interpretaciones, un suspense de infarto y una colección garrafal de errores históricos y disparates. En el caso que nos ocupa, relativos al Santo Grial. Como cinéfilo, ruego que quienes no hayan visto el film en cuestión se abstengan de visionar la secuencia final, pues sacarla de contexto tan solo desluciría el efecto de sus imágenes. Como historiador, deseo que atiendan a la secuencia cuanto antes con objeto de difundir la verdad relativa a estos hechos.



Después de recorrer media Europa, escapar de los nazis, deambular por el desierto y adentrarse en el templo que alberga el Cáliz de la Última Cena, el doctor Jones debe descubrir cuál es el auténtico Cáliz de los muchos que decoran la estancia en donde se encuentra. El protagonista se decide por uno sencillo, sobrio y humilde, de madera. “Esa es la copa de un carpintero”, comenta en el instante previo a seleccionar tan codiciado objeto. Pero, ¿verdaderamente es aquella la copa que empleó Jesucristo durante la última cena? ¿Es lógica la relación de que por ser carpintero emplearía un cáliz de madera? La respuesta es no, categóricamente, y hay datos suficientes para argumentarlo. Por otro lado, resulta obvio que Jesucristo tampoco se serviría de un cáliz litúrgico similar a los que componen las celebraciones eucarísticas de la actualidad. Entonces ¿cómo sería el Santo Grial?

Ni más ni menos que la típica copa usada para la celebración pascual judía. Una celebración que contaba con una serie de tradiciones, ritos y reglas perfectamente definidos. Así, la copa debía estar hecha de un material puro y purificable tras su uso, por lo que es frecuente encontrar en excavaciones arqueológicas vajillas hebreas de piedra, el material más idóneo.  De hecho, el Evangelio de San Lucas deja patente la costumbre de purificar las copas:

Mientras hablaba, un fariseo le rogó que fuera a comer con él; entrando, pues, se puso a la mesa. Pero el fariseo se quedó admirado viendo que había omitido las abluciones antes de comer. Pero el Señor le dijo: "¡Bien! Vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad.” (Lucas 11, 37-39)

Los judíos tenían (y tienen) unas estrictas normas de pureza, y por este motivo había algunos materiales que estaban prohibidos. Más aún en una celebración tan trascendental como la Pascua, cuando la pureza ritual cobraba todavía mayor importancia. Así, ni en la actualidad ni en la antigüedad han usado los israelitas copas de madera, puesto que al tratarse de un material poroso, serían impurificables. Es absurdo además que Jesús, quien abandonó el taller y llevaba varios años predicando por toda región, hubiese cargado de un lado para otro con la supuesta copa realizada por él cuando era carpintero hasta que llegase el momento de celebrar la Pascua. Por otro lado, tampoco hubiese empleado una  copa de metal (aun siendo un material noble) porque según su mentalidad el metal quedaba impuro tras el uso que se le hubiera dado. El episodio de las bodas de Caná narrado por San Juan también evidencia el uso de la piedra como material:

Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos. Sucedió que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino.»  Jesús le respondió: «Mujer, a ti y a Mí ¿qué? Aún no ha llegado mi hora.»  Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan lo que El les diga.» Había allí seis recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno. (Juan 2, 1-11)

Así, si admitimos que el Cáliz fuese de piedra, ¿qué características tendría? A modo de tazón sin asas, habría sido tallado en un ágata o cornalina oriental. Un vaso de tipo “murrino” (pulido con mirra) procedente de un taller oriental helenístico-romano.



La parte superior del Santo Cáliz localizado en la Catedral de Valencia cumple perfectamente con esta serie de características, y no es descabellado pensar que pudiese tratarse del auténtico. Sin embargo, no es aquí mi propósito demostrar la legitimidad del Santo Cáliz de Valencia, sino tan solo desmitificar la propuesta presentada por Spielberg. Porque resulta incomprensible que “El rey Midas de Hollywood” cometiese inconscientemente un fallo de tal calibre, puesto que él mismo es judío. ¿Entonces? ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿Pretendía confundir a propósito a la sociedad? ¿Constituye un ataque contra la Iglesia Católica?

Me niego a creer una realidad semejante, en base al contenido presente en su filmografía y por el cariño con que trata, en general, a la Iglesia y a los personajes creyentes en sus películas. Lo más probable es que el director tratase de resaltar, un poco demagógicamente, la supuesta pobreza y sencillez del Maestro frente a la opulencia posterior de la Iglesia. Opino que se trata de un toque de atención a la curia romana, una exhortación por regresar a la austeridad de la Iglesia primitiva. Sin darse cuenta, quizá, de que con ello barría una verdad histórica.


Fuentes:

Líntemun (Revista del Centro Español de Sindonología), número 44, enero-julio 2008, páginas 6-11.

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