Director: Baz Luhrmann
Reparto: Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Joel Edgerton, Isla Fisher, Elizabeth Debicki
País: Australia/Estados Unidos
Duración: 143 min
Género: Drama
Género: Drama
Puntuación: *** (Buena)
Sinopsis
Nueva York, años 20. En la alta sociedad norteamericana, llama la atención la presencia de Jay Gatsby, un hombre misterioso e inmensamente rico, al que todos consideran un advenedizo, lo que no impide que acudan a sus fastuosas fiestas en su gran mansión de Long Island. Gatsby vive obsesionado con la idea de recuperar al amor que dejó escapar años atrás. Para ello se hará amigo de su vecino recién llegado, el joven Nick Carraway.[Filmaffinity]
Análisis
Nos encontramos con una nueva adaptación del clásico de Scott Fitzgerald. Como todo remake, la película pretende ser valiente, atrevida, incluso temeraria. Desde el comienzo, su objetivo es aportar algo diferente, una “brisa de aire fresco”. Se entiende que “como todo remake” aspire a ser un buen largometraje, en vez de ofrecer la misma historia narrada con el mismo lenguaje.
Su predecesora databa de 1974 (obviando una adaptación televisiva realizada posteriormente). Muchos recordarán aquel filme por su protagonista, Robert Redford. Sin duda, fue una buena película. Y el estreno que nos ocupa, ¿está a la altura?, ¿supera a su antecesor?, ¿se queda corto? La respuesta es cuestión de gustos, y perdón por el tópico. Lo que sí puedo afirmar es que esta película de Luhrmann cumple su propósito a la perfección: es diferente. Narra la historia de Fitzgerald sin renunciar a su estilo cinematográfico, marcando el ritmo y tratando las imágenes de una manera completamente opuesta a la película dirigida por Jack Clayton en los años 70.
Es una película barroca, exuberante, que carga. No deja lugar a espacios humildes ni sobrios. Viene arropada por una atmósfera de majestuosidad, de grandeza. De agobio. Se suceden constantes fiestas apoteósicas, planos generales de la ciudad de Nueva York, de su ruido, de sus trabajadores… Todo en concordancia con la sociedad de hoy en día: prisas, estrés, alborotos… El mismo arranque de la película es un claro ejemplo de ello. Un arranque magnífico. La voz en off de Nick Carradine nos da las primeras pinceladas del relato, mientras contemplamos las imágenes de Nueva York, del barrio residencial donde se desarrollará la historia, de cómo son las personas que allí habitan… Un ritmo demasiado ágil, frenético. Asistimos perplejos a la presentación de aquellas casas, nos maravillan sus fiestas, sus personajes. Todo ello acompañado de una cuidada fotografía, exquisita. El azul del lago, los primeros planos de las flores, los bailes, el vestuario… Un derroche visual. Y la presentación de Gatsby, no tiene desperdicio. Soberbia.
Lo que resulta curioso es el concepto de ambientación histórica que tiene Baz Luhrmann. Los bailes y conciertos de los años 20 que se nos muestran vienen complementados por melodías de canciones propias de la actualidad, que actúan como acompañamiento de fondo. ¿Molesto? Peculiar, insólito cuanto menos. Quizá un intento de acercar la historia de Fitzgerald al público más joven, que se suma a los planos barrocos comentados anteriormente. Propio del siglo XXI, de la época de las imágenes.
La versión de 1974, provista de menor calidad visual, dejaba más lugar para inspirar la melancolía que invade a los personajes. Por sus silencios, por sus fenomenales diálogos y por sus miradas nos empapábamos de la decadencia de aquella sociedad de la Belle Époque. Hoy en día los hombres solo comprendemos por la vía de lo explícito, tiene que chocar la realidad contra nuestra cara. Claro ejemplo de ello es una secuencia brutal, que se nos muestra en pantalla con toda su realidad, con todas sus consecuencias. El espectador se hace cargo de ella. Y sin embargo, tal argumento no produce el mismo efecto que en la versión de Jack Clayton en los 70. En esta, la pantalla no muestra el acontecimiento. Sabemos de él de un modo implícito, por boca de los personajes, por recursos indirectos… y aquello causaba un impacto mayor. ¡Precisamente sin haberlo visto! No tiene esto que representar una lacra para el filme. Tan solo es un modo distinto de narrar la historia. Un modo que se adecúa a la sociedad en que vivimos, a lo que presumiblemente demanda el público. Un lenguaje basado en la imagen, no en la palabra.
Su predecesora databa de 1974 (obviando una adaptación televisiva realizada posteriormente). Muchos recordarán aquel filme por su protagonista, Robert Redford. Sin duda, fue una buena película. Y el estreno que nos ocupa, ¿está a la altura?, ¿supera a su antecesor?, ¿se queda corto? La respuesta es cuestión de gustos, y perdón por el tópico. Lo que sí puedo afirmar es que esta película de Luhrmann cumple su propósito a la perfección: es diferente. Narra la historia de Fitzgerald sin renunciar a su estilo cinematográfico, marcando el ritmo y tratando las imágenes de una manera completamente opuesta a la película dirigida por Jack Clayton en los años 70.
Es una película barroca, exuberante, que carga. No deja lugar a espacios humildes ni sobrios. Viene arropada por una atmósfera de majestuosidad, de grandeza. De agobio. Se suceden constantes fiestas apoteósicas, planos generales de la ciudad de Nueva York, de su ruido, de sus trabajadores… Todo en concordancia con la sociedad de hoy en día: prisas, estrés, alborotos… El mismo arranque de la película es un claro ejemplo de ello. Un arranque magnífico. La voz en off de Nick Carradine nos da las primeras pinceladas del relato, mientras contemplamos las imágenes de Nueva York, del barrio residencial donde se desarrollará la historia, de cómo son las personas que allí habitan… Un ritmo demasiado ágil, frenético. Asistimos perplejos a la presentación de aquellas casas, nos maravillan sus fiestas, sus personajes. Todo ello acompañado de una cuidada fotografía, exquisita. El azul del lago, los primeros planos de las flores, los bailes, el vestuario… Un derroche visual. Y la presentación de Gatsby, no tiene desperdicio. Soberbia.
Lo que resulta curioso es el concepto de ambientación histórica que tiene Baz Luhrmann. Los bailes y conciertos de los años 20 que se nos muestran vienen complementados por melodías de canciones propias de la actualidad, que actúan como acompañamiento de fondo. ¿Molesto? Peculiar, insólito cuanto menos. Quizá un intento de acercar la historia de Fitzgerald al público más joven, que se suma a los planos barrocos comentados anteriormente. Propio del siglo XXI, de la época de las imágenes.
La versión de 1974, provista de menor calidad visual, dejaba más lugar para inspirar la melancolía que invade a los personajes. Por sus silencios, por sus fenomenales diálogos y por sus miradas nos empapábamos de la decadencia de aquella sociedad de la Belle Époque. Hoy en día los hombres solo comprendemos por la vía de lo explícito, tiene que chocar la realidad contra nuestra cara. Claro ejemplo de ello es una secuencia brutal, que se nos muestra en pantalla con toda su realidad, con todas sus consecuencias. El espectador se hace cargo de ella. Y sin embargo, tal argumento no produce el mismo efecto que en la versión de Jack Clayton en los 70. En esta, la pantalla no muestra el acontecimiento. Sabemos de él de un modo implícito, por boca de los personajes, por recursos indirectos… y aquello causaba un impacto mayor. ¡Precisamente sin haberlo visto! No tiene esto que representar una lacra para el filme. Tan solo es un modo distinto de narrar la historia. Un modo que se adecúa a la sociedad en que vivimos, a lo que presumiblemente demanda el público. Un lenguaje basado en la imagen, no en la palabra.
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