Año: 1957
Director: David Lean
Reparto: Alec Guinnes, William Hoden, Jack Hawkins, James Donald, Sessue Hayakawa, André Morell
País: Reino Unido
Duración: 160 min
Género: Bélico
Puntuación: **** (Muy buena)
Sinopsis
La acción transcurre en Siam, en el año 1943. Cientos de prisioneros de guerra británicos están trabajando en el llamado "Ferrocarril de la muerte", cuando tiene lugar una discusión entre el coronel japonés Saito y el británico Nicholson, que no está dispuesto a que sus oficiales construyan un puente sobre el río Kwai. [Fotogramas]
Análisis
Título clave en el género bélico, que supuso la consagración internacional de David Lean como director y mitificó la imagen del famoso puente sobre el río Kwai. Cada actor jugó como mejor sabía: William Holden hizo de americano (cínico, valiente y chulo como él solo), Alec Guinnes de inglés (flemático, orgulloso y cuadriculado) y Sessue Hayakawa de oficial japonés (duro, antipático… y al final humano). ¿El público? Salió de las salas silbando, del mismo modo que el batallón inglés. Porque aquella melodía, tan distintiva del orgullo británico, bien valió el oscar a la mejor banda sonora. Uno de los 7 que ganó, además de mejor película, mejor director y mejor actor (Guinnes).
¿Mejor película? El puente sobre el río Kwai no es un relato de los aliados contra los japoneses, ni una historia de aventuras en mitad de la selva de Birmania. Quedarse con esa visión resultaría pobre, y uno se habría perdido el contenido principal de la película. El film es un relato de honor y de lealtad, de disciplina y código militar. De principios. ¿Hasta qué punto podemos conservar la disciplina en una selva dejada de la mano de Dios? Sin leyes no hay civilización, sentencia Nicholson. Pero no solo eso. La trama es un choque de civilizaciones, además de una batalla entre la ociosidad y el trabajo. Es una mirada hacia el futuro, en parte sobrenatural: es querer dejar algo que permanezca cuando nosotros no estemos.
Y alzándose sobre el río… el famoso puente. Sí, ese puente, que es un personaje más en la película. De hecho, quizá sea el auténtico protagonista del film. Porque no es una historia de personajes, que en parte podríamos decir que actúan de secundarios. En el fondo, es la historia del puente. De su nacimiento y construcción. Él es el resultado tangible de las relaciones entre los occidentales y Japón, y también el objetivo base del Alto mando de ambas potencias. Los planos generales de su construcción causaron furor en aquella época; toda una obra de ingeniería. Como también el atardecer que Nicholson presencia apoyado en su baranda.
Una fotografía de sobresaliente, que supo reflejar la tensión de la marcha por la selva, los agobios del campo de prisioneros y el sudor de la frente de Nicholson, sin olvidar los abdominales que lució William Holden. Ambos personajes, sin estar enfrentados directamente, ofrecen un auténtico duelo interpretativo, manifestado en dos maneras completamente distintas de entender el conflicto. De entender la vida, en definitiva. Y para entender la vida del puente, David Lean nos regala casi tres horas de andamiaje bien ensamblado. El director inglés debutó tras las cámaras durante la Segunda Guerra Mundial con Sangre, sudor y lágrimas, y poco después rodaría la excelente Breve encuentro. Después de varios años encerrado en el Reino Unido, en 1957 viajó a Sri Lanka en búsqueda del río Kwai. Fue fructífera aquella visita. Allí obtuvo la fuerza necesaria para filmar en los años siguientes Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago.
¿Mejor película? El puente sobre el río Kwai no es un relato de los aliados contra los japoneses, ni una historia de aventuras en mitad de la selva de Birmania. Quedarse con esa visión resultaría pobre, y uno se habría perdido el contenido principal de la película. El film es un relato de honor y de lealtad, de disciplina y código militar. De principios. ¿Hasta qué punto podemos conservar la disciplina en una selva dejada de la mano de Dios? Sin leyes no hay civilización, sentencia Nicholson. Pero no solo eso. La trama es un choque de civilizaciones, además de una batalla entre la ociosidad y el trabajo. Es una mirada hacia el futuro, en parte sobrenatural: es querer dejar algo que permanezca cuando nosotros no estemos.
Y alzándose sobre el río… el famoso puente. Sí, ese puente, que es un personaje más en la película. De hecho, quizá sea el auténtico protagonista del film. Porque no es una historia de personajes, que en parte podríamos decir que actúan de secundarios. En el fondo, es la historia del puente. De su nacimiento y construcción. Él es el resultado tangible de las relaciones entre los occidentales y Japón, y también el objetivo base del Alto mando de ambas potencias. Los planos generales de su construcción causaron furor en aquella época; toda una obra de ingeniería. Como también el atardecer que Nicholson presencia apoyado en su baranda.
Una fotografía de sobresaliente, que supo reflejar la tensión de la marcha por la selva, los agobios del campo de prisioneros y el sudor de la frente de Nicholson, sin olvidar los abdominales que lució William Holden. Ambos personajes, sin estar enfrentados directamente, ofrecen un auténtico duelo interpretativo, manifestado en dos maneras completamente distintas de entender el conflicto. De entender la vida, en definitiva. Y para entender la vida del puente, David Lean nos regala casi tres horas de andamiaje bien ensamblado. El director inglés debutó tras las cámaras durante la Segunda Guerra Mundial con Sangre, sudor y lágrimas, y poco después rodaría la excelente Breve encuentro. Después de varios años encerrado en el Reino Unido, en 1957 viajó a Sri Lanka en búsqueda del río Kwai. Fue fructífera aquella visita. Allí obtuvo la fuerza necesaria para filmar en los años siguientes Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago.
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