Filmaffinity |
Director: Roman Polanski
Reparto: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois, Hervé Pierre, Wladimir Yordanoff, Didier Sandre, Melvil Poupaud
País: Francia
Duración: 126 min
Género: Drama
Puntuación: *** (Buena)
Sinopsis
En 1894, el capitán francés Alfred Dreyfus, un joven oficial judío, es acusado de traición por espiar para Alemania y condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa. Entre los testigos que hicieron posible esta humillación se encuentra el coronel Georges Picquart, encargado de liderar la unidad de contrainteligencia que descubrió al espía. Pero cuando Picquart se entera de que se siguen pasando secretos militares a los alemanes, se adentrará en un peligroso laberinto de mentiras y corrupción, poniendo en peligro su honor y su vida. [Filmaffinity]
Análisis
Destacado regreso de Roman Polanski a las pantallas de cine, a través de un correcto drama histórico con tintes político-judiciales. Realmente, hacia bastante tiempo que no generaba tanta expectación una película de Polanski, puesto que tras las aclamadas «El escritor» (2010) y «Un Dios salvaje» (2011), sus últimos filmes habían pasado sin pena ni gloria por la cartelera («La Venus de las Pieles» y «Basada en hechos reales»), encumbradas por un estruendoso silencio de crítica y público, más pendientes de las acusaciones sexuales que envolvían al director. Ahora, Polanski desea viajar hasta 1894 para narrar una historia muy de actualidad que obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia.
El affaire Dreyffus ya había sido tratado en el cine en anteriores ocasiones. Ahí tenemos «La vida de Émile Zola» (1937), «Yo acuso» (1958) o «Prisioneros del honor» (1991). En esta ocasión, Polanski apuesta por un nuevo enfoque y un desarrollo de los acontecimientos más detallista. Un arranque frío, cargante y deshumanizado nos muestra al capitán Dreyfus ya condenado. El hasta entonces despreocupado oficial Picquart, andando y desandando los pasillos de la cúpula del ejército, investigará -sin pretenderlo- la verdad que los mandos militares pretenden esconder. Por tanto, Dreyfus ya está perdido desde el inicio del film. Será a través de continuos flashbacks como nos enteremos de la acusación y del primer juicio contra Dreyfus. Tales vueltas al pasado de continuo se siguen con sencillez y no molestan, al menos.
Si algo debemos reconocer a la obra de Polanski es su meticulosidad y detallismo en la investigación. El esfuerzo de recreación histórica no solo se advierte en lo evidente: los escenarios, el lenguaje, el vestuario y la cronología, sino en el funcionamiento de la oficina de información (o desinformación), en el papeleo, en los peritos, la grafología y, por supuesto, el juicio. Todo ello no solo está acorde con la década de 1890, sino inserto en la trama de una manera tan escrupulosa que resulta natural el avance de los acontecimientos. Así, mediante un ritmo pausado y sosegado, sin sobresaltos, se nos descubren verosímiles los hallazgos en la investigación y nos dejamos guiar con fe ciega de la mano de Polanski por el sendero de fétida corrupción que recorre Picquart.
Sin embargo, esa naturalidad y ese ritmo proporcionado del que hacía gala Polanski se trastoca, inexplicablemente, hacia el tercer acto. No se entiende semejante ruptura en la resolución del conflicto, echando por tierra los peldaños concienzudamente construidos anteriormente para ofrecer como final un deux ex machina antinatural y facilón. Por otra parte, el excesivo protagonismo de Picquart puede resultar desproporcionado. Ocasionalmente aparecen Dreyfus o Émile Zola, incapaces de encumbrar al oficial protagonista. Quizá si se hubiera ahondado en la amistad con Zola o en la fría relación con Dreyfus se hubiese logrado un contrapeso necesario. Dicho esto, realmente merece la pena ver «El oficial y el espía» por los temas de fondo: la verdad, el honor y la justicia. Y aunque no se sabe muy bien si Polanski habla de sí mismo o si toda referencia es hacia el capitán Dreyfus, pero sin avasallar ni recalentar el cerebro queda nítida la idea de sacar a la luz la verdad por encima de intereses partidistas y políticos.
Fotogramas.es |
El affaire Dreyffus ya había sido tratado en el cine en anteriores ocasiones. Ahí tenemos «La vida de Émile Zola» (1937), «Yo acuso» (1958) o «Prisioneros del honor» (1991). En esta ocasión, Polanski apuesta por un nuevo enfoque y un desarrollo de los acontecimientos más detallista. Un arranque frío, cargante y deshumanizado nos muestra al capitán Dreyfus ya condenado. El hasta entonces despreocupado oficial Picquart, andando y desandando los pasillos de la cúpula del ejército, investigará -sin pretenderlo- la verdad que los mandos militares pretenden esconder. Por tanto, Dreyfus ya está perdido desde el inicio del film. Será a través de continuos flashbacks como nos enteremos de la acusación y del primer juicio contra Dreyfus. Tales vueltas al pasado de continuo se siguen con sencillez y no molestan, al menos.
Si algo debemos reconocer a la obra de Polanski es su meticulosidad y detallismo en la investigación. El esfuerzo de recreación histórica no solo se advierte en lo evidente: los escenarios, el lenguaje, el vestuario y la cronología, sino en el funcionamiento de la oficina de información (o desinformación), en el papeleo, en los peritos, la grafología y, por supuesto, el juicio. Todo ello no solo está acorde con la década de 1890, sino inserto en la trama de una manera tan escrupulosa que resulta natural el avance de los acontecimientos. Así, mediante un ritmo pausado y sosegado, sin sobresaltos, se nos descubren verosímiles los hallazgos en la investigación y nos dejamos guiar con fe ciega de la mano de Polanski por el sendero de fétida corrupción que recorre Picquart.
ABC.es |
Sin embargo, esa naturalidad y ese ritmo proporcionado del que hacía gala Polanski se trastoca, inexplicablemente, hacia el tercer acto. No se entiende semejante ruptura en la resolución del conflicto, echando por tierra los peldaños concienzudamente construidos anteriormente para ofrecer como final un deux ex machina antinatural y facilón. Por otra parte, el excesivo protagonismo de Picquart puede resultar desproporcionado. Ocasionalmente aparecen Dreyfus o Émile Zola, incapaces de encumbrar al oficial protagonista. Quizá si se hubiera ahondado en la amistad con Zola o en la fría relación con Dreyfus se hubiese logrado un contrapeso necesario. Dicho esto, realmente merece la pena ver «El oficial y el espía» por los temas de fondo: la verdad, el honor y la justicia. Y aunque no se sabe muy bien si Polanski habla de sí mismo o si toda referencia es hacia el capitán Dreyfus, pero sin avasallar ni recalentar el cerebro queda nítida la idea de sacar a la luz la verdad por encima de intereses partidistas y políticos.
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